Autorretrato 49 y 5. 2014. Óleo / MDF. 80 x 60 cm.
Él Préstamo del cuerpo
Ágape
La vida de Darío
Mijangos (enero 27 de
1965, Ciudad de México) en la escena
formal del arte, inicia cuando a los 29
años, gana uno de los premios del “Primer
Encuentro México-Líbano” (1994), en la Galería Alfredo Átala Boulos del
Centro Libanes. A partir de entonces, conocemos de su
factura pintura introspectiva que ronda la representación autobiográfica. Así
como la que queda poblada con perros, ángeles, flores y corazones, acompañados
no pocas veces de vanitas y otros distintos
surrealismos. La obra de Darío es reconocida por el oficio depurado y la
constante experimentación, expresada principalmente a través del gran formato.
En ocasiones, las escenas de Darío parecieran no lugares, con pocas
o nulas referencias que indiquen entradas o salidas; pensamos de inmediato que así
son los sueños, incluso, podemos sospechar que hemos estado soñando desde hace
mucho tiempo, sólo que nadie cree necesario despertar. Como se dice “ha corrido
mucha tinta” analizando la obra de Darío, por lo que, los siguientes renglones
se enfocan en aludir nuevas claves para repasar dos décadas de trabajo del
pintor que toma a la gorguera y al xoloitzcuintle como elementos iconográficos.
Pasión, virtud y Libertad. 1999. Óleo y acrílico / lienzo. 150 x 240 cm.
Colección: Fundación de los Trabajadores de Pascual y del Arte A. C.
En pocos cuadros
de Mijangos conviven hombres y mujeres. En la mayoría, el hombre aparece caracterizado como ángel,
como santo, como iluminado. Budismo, cristianismo, angelología, teología. Las monjas
lograron escabullirse en estos lienzos y así nos percatamos que hay un gran sentido
de la muerte. Las monjas coronadas eran representadas en tanto que el retrato
celebraba, algunas veces, su
fallecimiento. En este punto el eros cede terreno ante el tánatos, la
iconografía de la muerte aparece celebrándose a sí misma. Los xoloitzcuintles y
las calaveras sonrientes, qué mayor reminiscencia a la revisión del mexicano
que habla con la muerte, que vive con la huesuda a diario. Así nos lo mostró Eisenstein en ¡Qué viva México!. La tan
temida muerte para Oriente. La Santa que no ha sido reconocida oficialmente
pero en México es celebrada desde siempre, lo vemos en la Mictlantecuhtli, en
el día de muertos, en la obra de Teresa
Margolles, en la Catrina de Posada, en el tzompantli, en la cartonería. Escuchamos
a todos ellos diciendo con Darío: “Cuánto me gusta lo negro y más que me asuste
el difunto”.
Tzompantli. 2000. Óleo y acrílico / lienzo. 150 x 120 cm. Colección: Javier Salazar.
Darío en México
continua una tradición comenzada de forma discreta por artistas como Ángel Zárraga, Abraham Ángel, Juan Soriano
y que corre paralelo con propuestas más abiertas como las de Nahúm
Zenil, Julio Galán, Reynaldo Villegas;
si bien sus modelos nos recuerdan al patrón exhibicionista del hombre
metrosexual, modelo de belleza masculino retratado por Oliviero Toscani, David LaChapelle, y de manera especial a los
modelos de Pierre et Gilles. La peculiaridad
en el trabajo de Mijangos es la afirmación catártica de alegría o tristeza, lo
mismo del gozo carnal, dolor o placer. Una confesión a nivel extremo.
El taxónomo. 1998. óleo y acrílico / lienzo. 150 x 100 cm. Colección: Francisco Solis.
La primera obra
que realizó Darío –según recuerda-, estuvo influida por las cartas de visita.
En el siglo XIX a partir de la invención de Eugène
Disdéri. Miles de personas empezaron a colonizar el imaginario colectivo a
través de tarjetillas en las que se acompañaba la foto con los datos del
personaje en cuestión. Una maravilla que quién sabe cómo el niño Darío, adoptó
como medio para el diseño de las historias
que se inventaba; el niño aprendió a jugar un personaje a través del recurso representativo.
Teatralización que responde al programa de mano diseñado por quien protagoniza,
compone y dirige la obra. Todos recreamos diferentes roles en distintos
contextos, pero no todos tenemos tal claridad de ideas retocadas a lápiz,
asentadas en un paréntesis de papel. La imaginación no se aprende, se mama. La inventiva
le viene a Darío como herencia de su familia. La madre se dedica al negocio de
la hechura de ropa para bebé, buen negocio en el que participaba la familia
entera. Todos en casa tenían una obligación, fulana la comida, sutana deshilar,
perengano a la escuela, a la Facultad de Arquitectura. Darío vivió sus primeros
años en el barrio que está a un lado de la colonia Morelos -donde ahora está el
Congreso de la Unión- y estudió frente del mercado de la Merced. Todo el tiempo
se relacionaba con gente dedicada a la vendimia, lo mismo de tela que de fruta.
En los mismos lugares donde se besaba Rufino
Tamayo con María Izquierdo: En
los pasillos donde iban y venían las costureras contratadas por el negocio
familiar, que por cierto, ellas se encargaban de la hechura de sirenas,
delfines y ballenas de trapo, que Darío les
pedía que le hicieran. Si bien muchas veces el tiempo era inexistente para
jugar, el mundo de Darío se construía constante e invariablemente recogiendo
retazos de tela, barriendo en el taller, trazando con su imaginación las hebras que quedaban
sueltas para hacer que tomaran forma de dibujo, las telas que coloreaban al
cuerpo.
Pasión II. 2008. Óleo, acrílico y hoja de oro / lienzo. 100 x 100 cm. Alma Álvarez.
El cuerpo
La gran fascinación de Darío, en su obra y en su historia
personal, es el cuerpo desnudo de modelos
que dejan expuesto el erotismo, sensualidad derivada en historias cargadas de
espiritualidad, inquietudes, amores y desamores… muchos desamores según acota
el escultor Álvaro Zardoni, el mejor
amigo de Darío. Historias de alguien que vive y transforma su realidad y puede
hacerla más agradable en amplio sentido. Darío fue en su juventud bailarín y
como todo adolescente dedicado al baile, conoció la disciplina de la constancia.
Método, orden, regla mental que en cualquier joven se traducen en un cuerpo
magnífico. –Darío sigue yendo diario un par de horas al gimnasio-.
La opción es vivir. 2010. Óleo, acrílico y hoja de plata y oro / lienzo. 150 x 130 cm.
Sí, para entender la obra de Mijangos hay que entender la carga
erótica que se mezcla con un sentimiento extraño para cualquier persona. El
reclamo a la vida de que existan los anexos de la enfermedad y la
inevitabilidad de la muerte; si bien Darío no conoce los estragos de la guerra,
sus batallas han sido desatadas en el propio terreno corporal. El efecto del
Efavirenz (antirretroviral) le produce sueños donde se reencuentra con sus
padres, con sus amores pasados. Escenas llenas de la única característica que
tienen dichos episodios: tener el aguardo de que sean ciertos. Anecdotario
barrido por la alarma del reloj despertador y que queda aletargado mientras llega el primer sorbo de
café, primer alimento del día para Darío.
Influencias
Curiosamente la vida de Darío cambia de un día al otro cuando se
desempeñaba en la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes donde él era el enlace con artistas.
Museógrafo, curador, galerista y actor, su vocación en la pintura avanzó por la
vía autodidacta. Anticipada por estudios de Literatura Dramática y Teatro de la
UNAM, baile clásico y contemporáneo en el “Ballet independiente” y “Espacio del
Alba”. Sus escenas contadas a lápiz, acuarela, óleo, tela de encaje, hojas de
oro o de plata han sido expuestas internacionalmente en espacios como el Ágora Gallery de Nueva York, la Universidad de la Habana, Cuba o el LGBT Center of San Francisco y
las ciudades de Córdoba y Buenos Aires en
Argentina.
Autorretrato 46. Óleo, acrílico, hoja de oro y latón / MDF. 120 x 100 cm.
Cuando le pregunto a Darío, cuáles son las influencias que
reconoce en su trabajo, me da una referencia general y una específica: -Escuela Mexicana de Pintura y el trabajo
de Roberto Márquez-, de este último,
señala -“Supe que le harían una exposición
en Monterrey, tomé el autobus y me fui al MARCO (Museo de Arte Contemporáneo
de Monterrey)”-. Sin instrucción oficial, Mijangos aprendió a través del
estudio que deriva de la destreza y de los comentarios. Darío presume que los
grandes maestros no dicen -“esto está mal”, si no “si usted hace esto diferente,
encontrará mejores resultados”-. Un listado de personajes que han sido
contribuyentes para el sello de Darío incluye los nombres de Álvaro Zardoni, Helen Bickham, Oscar Rodríguez,
Arturo García Bustos, Guillermo Monroy, Manuel Guillén, Esther Guinzberg;
recuerda la generosidad de Raúl Anguiano quien
lo recibió en su estudio donde estaba trabajando, también Arturo Estrada, ahí aprendió que lo que tanto buscaba para mejorar
su técnica, se logra según los sabios pintores -“usando un pincel delgadito”-. Autodidacta,
le pregunta a Don Mario en la tienda a la que ha ido toda la vida a
comprar materiales, cómo usarlos. Otra gran influencia es el nombre de Juan Soriano de quien Mijangos se
reconoce como gran admirador. Si bien Darío niega la influencia de Frida, la
verdad es que su obra lo afirma, por ejemplo, en una de sus obras, aparece una
telita a manera de filacteria con la leyenda
“Me robó el corazón”, muestra
a un perro que trae masticando un corazón, y que recuerda la obra “Las dos
Fridas”. En este rubro habría que agregar, que si bien no creció católico, vive
fascinado de las escenas dramáticas que viven en el arte barroco, así como de
la producción de los mass media:
películas, videos y series.
Santa Clara de Assis. 2008. óleo / lienzo. 150 x 120. Colección: Francisco solis y José Monge
La religiosidad
Darío es un pintor con raíces en el protestantismo, aunque colonizado
por la influencia que en él ejerce la imaginería católica: monjas coronadas, mujeres
místicas, los santos, los ángeles presentados de maneras y con formatos
diversos. -Que Dios perdone al pintor que ha hecho las imágenes de Cristo tan
llenas de horas de gimnasio, la mojigata enjuga sus ganas en medio de la
idolatría-. Por imitamonos (decía su madre), Darío entraba al templo de La
Santísima (en la esquina de Moneda y Academia, al lado de lo que hoy es el
Museo José Luis Cuevas, antes bodega de retacería donde compraba telas su mamá),
los Cristos le provocaban/provocan una pulsión erótica. A quién se le ocurrió
pensar que estos Cristos no pueden despertar pasiones, en aquel entonces, cuando
púber pensó: -“me van a castigar por lo que estoy pensando”-.
El cristo. 2006. Óleo, acrílico, hoja de oro y encaje / lienzo. 180 x 100 cm. Colección José Monge.
El cristo del pilar. 2004. Óleo y encaje / madera. 80 x 60 cm. Colección: Laura Mendoza.
La posmodernidad no cesa de decir que todo es válido y sin
embargo, llegamos a suponer que en tanto hay ángeles caídos, también hay santos
caídos, los que sucumbieron a la tentación quizás para no alejarse totalmente de
los hombres. Llama la atención, sin embargo, que nunca está Dios en las representaciones "Darianas". El artista nos
enseña a San Antonio, a la Virgen del
Carmen, a un perro nimbado, y a las calaveritas cuyas superficies porosas
deben estar sirviendo como filtro del agua del subsuelo de la ciudad de México,
pero ni Dios ni el diablo aparecen, sólo el bien y el mal aludido aunque sin sus principales protagonistas.
San José. 2005. Óleo y hoja de oro / MDF. 120 x 90 cm. Colección privada
Perros
Darío entiende que uno nace, vive y muere solo. La soledad como
enfermedad contemporánea, fantasma que este artista exorciza a través de la
pintura. Su compañía invariable aparece homenajeada en las cenefas
prehispánicas del techo donde vive. Animal que ha sido su acompañante, su
continuo y permanente confidente. ¿Cuántos perros ha tenido Darío? Libertad
madre, Libertad, Nahui, Gilberto, Fosco y Quetoli han sido sus
fieles seguidores, sin embargo, hoy esa historia puede titularse de dos formas
alternativas: Uma y Darío, Darío y Uma. –“Uma ha sido la más afectiva”-. En estos cuadros, hay perros sentados
con las orejas gachas y alas rosas, surrealismo a la mexicana, es decir,
surrealismo prehispánico colonizado, alas, accesorio de la fantasía. Es poco
factible imaginar la obra de Darío sin sus perros, porque ellos forman parte de
su historia vivencial. El perro para Darío es la mascota ideal por una razón
sencilla, la naturaleza del perro y la del pintor son concurrentes, hay una
codependencia en el carácter del perro que Darío no niega, al contrario,
reconoce. Un perro acoge como adjetivo guardián, nobleza, vigilancia, una
orientación hacia el perro consentido del zodíaco Chino ajena al perro
castigado del Islam. Dual naturaleza que recibe el perro, noble/innoble,
fiel/traicionero, calmo/fiero. En la
obra de Darío siempre el perro será acompañante, no del cotidiano como en las
escenas de Rodolfo Morales, sino de
un paréntesis ideal, por decirlo así, del alma idealizada. El perro ha sido el
mejor amigo de Darío. En la cosmovisión de Mijangos, existe un cielo en el que
viven sus grandes amores. Mientras que la tierra queda habitada por los
amantes, el cielo está siendo cuidado por los perros cuando dejan de acompañar
a Darío. Los xoloitzcuintles vinculan de nueva cuenta a Darío con Frida; Mijangos y Kahlo en sus
autorretratos presentan a los habitantes de sus respectivos mundos, ambos viven
retratando a los personajes con quienes más conviven, sus animales, sus
dolores, sus recurrencias, sus affaires.
Curiosamente para ambos artistas es innegable que su obra se llena antes o
después de ellos mismos. Una soledad que se neutraliza dibujando al gemelo
exacto, al narciso, a la copia, al que mejor se conoce. La cuchara que sabe los
ingredientes que le echaron al mole. Nada de secretos, nada de pretensiones,
salvo equiparar espejo y lienzo. De por sí Darío no hace sino lo que quiere
hacer, libre pincel que se despedaza asiduamente en el lienzo o por el papel. Se recapitula
dominio y proyección, buena partitura que no tiene reflejo en la idealizada proporción
del resultado pictórico de Mijangos, herencia lírica sujeta a la formación
autodidacta, naíf, homoerótico, retratista expresionista, las palabras se
rinden a la multivariabilidad que alcanza la imagen. La facilidad que tiene
Darío es la de compenetrarse con sus obras tomando como puente a la
imaginación, a la sinceridad, a la sagacidad intencionada.
A la sombra de tus alas. 2009. Óleo y acríllico / MDF. 80 x 120 cm.
Las escenas de Darío se auto contextualizan, no requieren muchos
otros elementos, ninguna ventana que defina perspectivas, quizás ni siquiera
sombras adecuadamente marcadas, sus personajes naif registran la identidad plástica reflejando el mundo que
comprende lo popular. Un perro xoloitzcuintle se desprende del cielo para
acompañar en el inframundo al hombre precolombino. Orejas caídas mientras las
alas empiezan a batir el aire. Un perro de la guarda, mi dulce compañía. Un
cielo al que acuden los perros. Elefantes rosas con alas, perros con las alas
de elefantes rosas. Qué tanto puede acercarse un perro al sol sin calcinarse.
Un perro con alas husmea el aire, así como los perritos flacos husmean las
trazas que dejan los que visitan las playas vírgenes. Un perro que va al cielo,
hace una segunda afirmación, la del noble animal cuyo camino concluye en el
infierno o peor aún, en el limbo.
Resulta un momento de intriga sutil pero persistente sospechar
que la mezcla entre perro y ángel sea una transmutación de lo mismo que se
conoce en ciertas escenas triviales. Quizás esta pequeña mascota en su mirada
muda confirma que hace mucho que Darío duerme, para soñar envuelto en la
tibieza de un cuerpo, que no coincidió en sentidos paralelos, sueño o
hibridación con alas, quizás la mayoría opte por la forma de una mariposa, una
libélula o una mantarraya, un dragón o un gato con derecho a siete réplicas.
El mundo de Darío
Eros
Entrar a la casa de Darío, es entrar a un alhajero. Es un departamento
que se encuentra en la zona de Ermita y Churubusco, cohabitado por un gran
librero encajonado por pinturas, cuadros que bailan entre sí, jugando a pasar
el tiempo como quien apuesta con cartas.
Es la misma ritualidad que he visto tantas veces: el artista platica de sus obras
mientras revuelve encargos con obras expuestas, con otras que están en tal o
cual catálogo. El despliegue es un soliloquio, un auto recordatorio, una lista
de ideas que se volvieron una descendencia a imagen y semejanza del artista. Las
obras, serán de Darío, aunque se trata de obras que esperan por un dueño.
¿Quién colgaría en la sala una obra de temática francamente erotizada?, ¿Quién
recibiría a sus visitas, a los hijos pequeños de sus hermanos, de los vecinos,
de la futura familia? Cada uno formado en las buenas costumbres mexicanas, en
el pudor de una sociedad conservadora, de una tierra coloreada con el doble
sentido y la religiosidad. La respuesta es de aquellos que han avanzado en ese
momento transitorio de la posmodernidad. No cualquier persona tiene un “Darío Mijangos”, como no cualquiera tuvo
en su momento un “Modigliani”, un “Van Gogh”, o una pieza de cualquier vanguardista,
sólo que en este caso, más que retratar un cuerpo ansiado, se trata de un
cuerpo probado, la sal de la piel embebida, la saliva en ida y vuelta. Más que
deseo, orgasmo coronado. El cazador mostrando la pieza, naturaleza muerta
seducida. Quién puede recordar el sabor del amor, sólo el que ya lo ha probado.
Por esto, es posible sospechar que nuevamente,
como en el caso de tantos artistas, el éxito de Darío crecerá importado.
Hagan sus apuestas por el mejor escenario: San
Francisco, California; Colonia,
Alemania o el Barrio de la Chueca
en España. Cuerpos hermosos y la
sensibilidad, son el mercado ideal para la pintura de Darío.
La temática canina es indiscutiblemente pintada con mayor
sutilidad, la línea es suave, la expresión es una parábola visual, mientras que
los desnudos, se cargan no pocas veces de ironías, de cierta ironía amatoria.
Si es que existe la posibilidad de resumir la diferencia entre una y otra
temática. El perro es el amor del bueno, el amor sincero, la cercanía a la amor
divino. El perro es el ágape, el hombre el eros.
Autorretrato 44. 2009. Óleo y acrílico / lienzo. 100 x 100 cm. Colección Silvia Morón. Córdoba, Argentina.
Si Darío vive en las categorías distintas del amor. Su casa está
decorada con el sentido del Storgé. Fotografías
que nos muestran a sus padres cuando vivían, imágenes que obtuvo a través de
una herencia concedida por él mismo. Aquí aparece la foto del casamiento de sus
padres, aquí la foto de cuando tenía tres años. Aquí la foto con sus hermanos,
las fotos aparecen enmarcadas, es lo primero que aparece encima de una mesa muy
vieja de su familia, que ha tenido la función de ser un restirador, de ser la
mesita de centro, de ser.
Autocensura. 2008. Óleo y acrílico / lienzo . 100 x 80 cm.
Un departamento en un primer piso, al que se accede a través de
escaleras estrechísimas. Te recibe un cuadro de formato medio, pintado por
Darío -esto lo he visto en diferentes lugares. Por ejemplo, en la Planta Baja
de donde vive siempre pregunto; ¿y no se los llevan?, es más fácil que se lleven la bicicleta-. Un
cuadro de un hombre totalmente desnudo
que está en lo que serían las áreas comunes. De la obra cuelga un trapito para
sosiego de la moral comunitaria, si alguien se espanta, acomode el trapito; si
no, déjelo colgando.
Lucas 1:79. 2011. Óleo y acrílico / MDF. 120 x 100 cm. Colección José Luis Amezola.
Ángeles
Más que ángeles sexuados, son hombres con alas. Darío no pinta
ángeles, siempre son hombres que pinta desligando al personaje de sus elementos
icónico. Vemos ángeles que no lo son, el sentido iconográfico se configura de
forma personal, en realidad, como la metáfora traducida del hombre ideal que
viene o va de la esfera celeste. No existe el espacio que deja fuera al efebo,
lo que sí es, ése púber que se antoja del ser perfecto. El desnudo en el arte, es
el pretexto único que tiene la vista para no reconocerse agraviada. El cuerpo
hermoso del Cristo fascinador vive en el cuerpo de los ángeles desnudos, nada
mejor que poner el ejemplo paralelo de la Santa
Teresa en éxtasis, como humano ninguna posibilidad de placer me es ajena.
Los ángeles de Darío son el pretexto mejor que tuvo como para regocijarnos ante
el hombre de cuerpo perfecto, una forma de llegar a la libido a través de los anclajes
culturales, nada nuevo si tomamos como referencia la figura de San Sebastián, llamado a la necesidad de
sentirse protegido, de ser amparado, de ser amado, expresión entre tantas de la
necesidad de volver a la infancia, al cuerpo intrauterino.
Hermano mio. 2011. Óleo, acrílico y encaje. 80 x 80 cm.
Darío debió haber sido bien amado de niño, me supongo que esa es
una primera conclusión hasta este momento, que habla de la idealización del
padre, así como de los hombres que han estado en su corazón, por quienes han
sido sus amantes, los más especiales, cuántos orgasmos precedieron un retrato.
Lo sabemos porque Darío pinta desnudos a sus amantes, un desnudo total refiere
una constancia, cuando en el ambiente lo
más común es besar sin sentir, eyacular sin opción a frecuentar, besando al
olvido. Darío se jacta de sentir el cuerpo gozoso en carne propia, nuevamente
una sensación mística. Se recibe la carne divina en la boca, se recibe el
espíritu cuando se consagra a través del rito del encuentro. Llamémoslo placer
sin culpa, como el que hostiga el cuerpo a través del silicio, como el que
acepta estar en la zona de encuentro divino. Nada mejor que entender que son
muchas las formas que tienen los artistas de codificar sus secretos
Desnudas
Doña Carmen y su costura. 2001. Óleo, acrílico y encaje / lienzo. 150 x 100 cm. Colección: Leticia Araizaga.
La mujer más importante en la vida de Darío, es su mamá a quien
él recuerda como una mujer muy fuerte. Las fotos de la boda de sus padres y
otros retratos de familia, las tiene por una gran necesidad de revivir un
tiempo que ya pasó y de recordar a su madre a la niña obligada a crecer en un
ambiente católico. Cuando hace retratos es esa necesidad de atrapar un momento
por eso cada año se hace un retrato. Por eso se toma muchas fotos. Otra mujer
muy importante para Darío es la escultora cubana Rita Longa Aróstegui, con quien convivió muy de cerca, cuando vivió en La Habana entre 1997-1998.
Poco comentado de Darío, son sus mujeres, y su formato en
dípticos y trípticos. Descubrimos a un Darío que más que sugerirnos el erotismo,
al parecer nos confirma que el actor trabaja con el cuerpo. Las mujeres de
Darío aparecen ataviadas con largos, demasiado largos vestidos, como si fueran
mujeres de confesiones religiosas conservadoras. Darío deja a la mujer desnuda
para acercarse a la mujer enclaustrada, para algunos, quizás la de los más
fuertes deseos –carnales, ideológicos,
contestatarios-
-“Cuando estuve en La Habana, no llevaba mucho material. Aprendí
a hacer yo mismo, las cosas que en México compraba hechas. No sabía, como
preparar las telas. Estuve en La Habana vieja, días enteros buscando sábanas de algodón para imprimarla. Eso me
hizo ver otra perspectiva, que no
necesitaba un lienzo para pintar. Regresé a México. No tenía donde vivir, me
costó mucho trabajo volverme a instalar. Tenía tablas y repisas de mi
departamento anterior. No tenía mucho dinero. Comencé a pintar en esas tablas, en
papel bond. Si no hay material, buscar la forma de hacerlo. Nunca encontré allá
lienzos y la gente trabajaba en lo que pudieran encontrar. Por eso tengo las
puertas de un ropero pintado. Eso es algo que yo admiré de la gente, que con
tan poco pudiera producir obra. Y que sí hubiera un sentido de hacer las cosas,
con un compromiso muy de adentro… Había un chavito; Alain, que dibujada en lo que encontraba. Cuando
me regresé a México le regalé mi caja de óleos. Por eso volví sin nada, porque
se los regalé a él. Todo eso me hizo pensar; que no hay pretexto para no pintar”-.
No sale mucho, ni tiene un grupo de amigos. Prefiere ir a una exposición, un día que no haya tanta
gente. -“Salgo mucho solo, y cuando salgo con alguien, es con un amigo pero no
más. Alvaro es un amigo es muy cercano. Si él se ve con más gente, me bloqueo”-.
Autorretrato 45, seguro, con ellas. . 2010. Óleo y vidrio / madera. 35 x 20 cm. Colección: Dino Da silva
Vive de una forma aislada como onírica, como buscando un sitio
en su mundo. Siempre así fue; fantasioso. “Dariolandia”,
el lugar ideal, de la vida tranquila, donde se puede encontrar con la energía. -“Escribo
mucho lo que pienso. En Dariolandia no pasa nada. Afuera puede haber un
incendio y yo, no darme cuenta”-. Con Uma jugando a su lado, su seguridad es total.
Las redes sociales son una ventana para convivir pero en realidad Darío es un
retrato de sí mismo, del niño que desde antes de percatarse, ya estaba solo.
El uso del color en la obra de Darío dice mucho más de lo que suponemos,
por un sencillo motivo: Darío no ve los colores, por lo menos no a la manera en
que la mayoría lo hace.
Toño Cedeño
Doctor en Historia del Arte
México D.F. Marzo de
2014.