Pasión Santoral. 1999. Óleo y acrílico / lienzo. 150 x 240 cm. Colección privada, Reino Unido.
Darío, como buen artista, vive
su cotidianidad en dos mundos aparentemente di símbolos pero
no opuestos y sí complementarios: el de la vida real en su trabajo de la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes, y el mágico de su pintura; en ambos
es un exitoso. Lo descubrí seguramente como muchos por el Internet e incuso por
este medio fue invitado a exponer recientemente en la Argentina. Después lo he
seguido hasta su estudio y en exposiciones donde he podido comprobar su valía
como pintor, por muchos no comprendida, por otros alabada hasta la ignominia.
Sin embargo, mi máximo éxito ha sido el haberme podido acercar a su obra ganándome
su amistad; esto me ha valido el pase a un mundo mágico que cualquiera puede
intuir al plantarse frente a un óleo o acrílico suyo, pero en el que se adivina
apenas la génesis que toda obra de arte lleva implícita. Admirar un Darío
Mijangos es, antes que nada, un goce visual y estético; el primero lo pueden
ofrecer muchas pinturas, el segundo, ese que nos provoca aún chispazo casi
eléctrico a través de la columna vertebral o que hace incluso flaquear las
piernas de la emoción sólo lo logran los artistas con cuya obra nos
identificamos, los que nos cautivan por "x" o y razón y se meten claro por
nuestros ojos, pero hasta nuestro cerebro y corazón. Siempre he considerado que
todo arte es una entrega recíproca y por eso tanto he de cuidarme al expresar
mis / los sentimientos que me inspira hacer "crítica" de la obra de
un amigo.
Este breve artículo se lo debía a Darío y a mí mismo. En alguna
ocasión pretendí una monografía más extensa de crítica imparcial, pero eso sólo
se logra siendo ecuánime y yo no puedo serlo, no al menos desde el momento en
que me declaro admirador de su estética, cuando me identifico con su mundo
mágico, con su forma de pensar y acepto incluso comulgar en su misma escuela
formativa: la mexicana de pintura que él ha sabido tan provechosamente utilizar
para lograr un estilo propio pero en el que se adivinan las influencias de una
Frida Kahlo por ejemplo, el ascetismo de Manuel Rodríguez Lozano y las
mexicanísimas imágenes de lo nacional impuestas por Rivera en forma, tema y
colorido. Que el lector de Club "G" de Tehuacán descubra a través de
las pocas imágenes que presento al Darío Mijangos de su predilección: el joven
artista de sentir gay enamorado del color y el arte nacional sencillo y eterno;
el de los rollizos y pelones xoloitzcuintles, entes casi Sagrados o fósiles
vivientes del desaparecido mundo prehispánico; el de las guirnaldas y cenefas
con breves mensajes que tanto utilizara Frida y que tomara a su vez de la
pintura costumbrista del siglo XIX; las composiciones arquitectónicamente
estructuradas e incluso escultóricas del más puro estilo rodriguezlozaneano y
de éste también su sensualidad característica para retratar al desnudo
masculino con una total parquedad de elementos y para los que se vale
comúnmente de su modelo favorito: su joven pareja de apenas 26 años de edad.
Ungido con Libertad. 1999. Óleo, acrílico y encaje / lienzo. 150 x 120 cm. Colección Xavier Llamas.
Por último y sobre todos ellos, el estilo que caracteriza a Darío, la magia que
hablaba de su obra al rememorar ángeles, santos, seres dolientes y teatrales
pero no más allá de la realidad, de una realidad llamada México que vivimos
cada día los que por esto mismo somos vistos con tanta admiración por pueblos
como el europeo que quizá tenga más tradición pictórica, pero que han quedado
mudos y se maravillan ante la obra de un joven que tanto tiene que "decir",
que tanto tiene que expresar y que tanto ha bebido de la fresca fuente de la
escuela mexicana de pintura, fuente que se creía extinta, pero que
afortunadamente esta nueva generación del torna milenio, olvidada ya de
abstraccionismos y demás "ismos" que nada tienen que ver con lo
mexicano auténtico, reclaman para su arte como una voz que cabalmente ha
expresado su valía como medio de expresión. Quien no comprenda esto que no se
acerque a un cuadro de Darío, que se olvide de líneas clásicas, de formas
"bonitas", de tonos escolásticos y de medidas estándares. Darío es
ante todo un revolucionario y no le importa agradar; su mensaje va implícito en
cada cuadro y quien lo quiera apreciar, ya sea que le guste o no, le tiene sin
cuidado. A Darío le importa obtener un lugar en la plástica mexicana ¿a qué
artista nacional no?, pero él no viaja en el elevador fácil de la
comercialización. Tampoco es surrealista o neo-mexicanista. Lo suyo es la
plastificación de su mundo mágico interno: sus varones desnudos ni siquiera cumplen
con las expectativas del nudismo integral de motivar la libido, sus cuerpos son
morenos, mexicanos, sólo muertos aclaran su tez y sin embargo se les siente
vivos, reales dentro de su fantasía; están calvos totalmente porque para Darío
en eso estriba la masculinidad, no en el tamaño de los genitales; sufren porque
son mágicos y porque son religiosos; común es observarlos con las alas
cortadas, con las heridas sangrantes y postrados; jamás el coloso que busca de
imponerse y sin embargo su desnudez es la mejor arma contra a "las buenas
conciencias" de siempre; son como los primeros mártires cristianos: bellos
en su desnudez y por ella poderosos. Hay que resaltar también de sus retratos
la honda psicología que obtiene con algunos cuantos elementos: las mujeres de
su serie de las Vírgenes no necesitan incluso de las auras de algunos de sus
santos para remitirnos a la idea de la diosa generatriz; sus retratos aluden al
personaje por su ambiente más que por sus lujosos vestidos o escenografía, y
para ello Darío se vale de sus fondos, algo que a él no le gusta que se
mencione e incluso hasta le molesta, pero pocos pintores logran tal
ambientación con esas texturas, con esos colores, con tal parquedad de
elementos que al decir de algunos neófitos en ocasiones se "comen" al
cuadro.
Concerti per flute. 2001. Óleo y acrílico / lienzo. 120 x 150 cm. Colección: Padre José herrera Alcala. Diócesis de San Cristobal de las Casas
Un ejemplo: Horacio Franco no necesitó de toda su nudística y
provocativa musculatura e incluso ni de su infalible flauta para
expresar la magia de su música en el cuadro que le pintó Darío, pues con el
puro fondo que lo aísla y lo sitúa a la vez en el centro de la obra basta y
sobra para que el espectador "vea" flotar notas y partituras sobre el
lienzo. No en balde dicho cuadro llamó poderosamente la atención a los
asistentes de la pasada muestra pictórica en la Semana Cultural
Lésbica-Gay del Museo Universitario del Chopo en junio del año 2001
en la Ciudad de México, donde Darío expuso por primera vez en un marco que ya
estaba resultando incompleto sin su presencia. Finalmente para mi retrato ‹y se
me perdonará la falsa modestia,
El escritor. 1996.Óleo / lienzo. 100 x 80 cm. Colección privada, Frankfurt, Alemania
Darío ignoró olímpicamente mis sugerencias de
como en su cuadro "El escritor", el utilizar ramas que naciendo de mi
cabeza se regaran sobre el fondo con páginas escritas en lugar de flores. Para
mi poema que inicia "Ese amor que tú me das...", esbozó las páginas
sí y las ramas, pero las cubrió con el sutil dorado del fondo y prefirió
finalmente escribir los versos distribuidos por acá y por allá, resaltando la
fuerza de la creación a que todo poeta se enfrenta con la mirada profunda y la
pluma de ave descuidadamente sostenida entre los dedos que finalmente dice
mucho más que cualquier referencia directa al quehacer del retratado.
Retrato de Jesús. 2001. Óleo y acrílico / lienzo. 100 x 80 cm. Colección Jesús Meza.
Ahora me
he acostumbrado a que quienes lo ven difieran del poco parecido físico que
guarda conmigo, pero eso no me importa, prefiero la opinión más sabia y
sensible de aquellos que en silencio admiran el cuadro, digieren el poema y ya
después exclaman: "Sí, tú estás ahí en retrato y en obra" ¿Se puede
pedir más a un pintor?
Lic. Jesús Meza
*Editor de Boys
& Toys, Q-Eros y DesnuDarse
2000.
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