miércoles, 11 de marzo de 2015

La sensualidad del pintor.

Pasión Santoral. 1999. Óleo y acrílico / lienzo. 150 x 240 cm. Colección privada, Reino Unido.

Darío, como buen artista, vive su cotidianidad en dos mundos aparentemente di símbolos pero no opuestos y sí complementarios: el de la vida real en su trabajo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, y el mágico de su pintura; en ambos es un exitoso. Lo descubrí seguramente como muchos por el Internet e incuso por este medio fue invitado a exponer recientemente en la Argentina. Después lo he seguido hasta su estudio y en exposiciones donde he podido comprobar su valía como pintor, por muchos no comprendida, por otros alabada hasta la ignominia. Sin embargo, mi máximo éxito ha sido el haberme podido acercar a su obra ganándome su amistad; esto me ha valido el pase a un mundo mágico que cualquiera puede intuir al plantarse frente a un óleo o acrílico suyo, pero en el que se adivina apenas la génesis que toda obra de arte lleva implícita. Admirar un Darío Mijangos es, antes que nada, un goce visual y estético; el primero lo pueden ofrecer muchas pinturas, el segundo, ese que nos provoca aún chispazo casi eléctrico a través de la columna vertebral o que hace incluso flaquear las piernas de la emoción sólo lo logran los artistas con cuya obra nos identificamos, los que nos cautivan por "x" o y razón y se meten claro por nuestros ojos, pero hasta nuestro cerebro y corazón. Siempre he considerado que todo arte es una entrega recíproca y por eso tanto he de cuidarme al expresar mis / los sentimientos que me inspira hacer "crítica" de la obra de un amigo. 

Este breve artículo se lo debía a Darío y a mí mismo. En alguna ocasión pretendí una monografía más extensa de crítica imparcial, pero eso sólo se logra siendo ecuánime y yo no puedo serlo, no al menos desde el momento en que me declaro admirador de su estética, cuando me identifico con su mundo mágico, con su forma de pensar y acepto incluso comulgar en su misma escuela formativa: la mexicana de pintura que él ha sabido tan provechosamente utilizar para lograr un estilo propio pero en el que se adivinan las influencias de una Frida Kahlo por ejemplo, el ascetismo de Manuel Rodríguez Lozano y las mexicanísimas imágenes de lo nacional impuestas por Rivera en forma, tema y colorido. Que el lector de Club "G" de Tehuacán descubra a través de las pocas imágenes que presento al Darío Mijangos de su predilección: el joven artista de sentir gay enamorado del color y el arte nacional sencillo y eterno; el de los rollizos y pelones xoloitzcuintles, entes casi Sagrados o fósiles vivientes del desaparecido mundo prehispánico; el de las guirnaldas y cenefas con breves mensajes que tanto utilizara Frida y que tomara a su vez de la pintura costumbrista del siglo XIX; las composiciones arquitectónicamente estructuradas e incluso escultóricas del más puro estilo rodriguezlozaneano y de éste también su sensualidad característica para retratar al desnudo masculino con una total parquedad de elementos y para los que se vale comúnmente de su modelo favorito: su joven pareja de apenas 26 años de edad. 
Ungido con Libertad. 1999. Óleo,  acrílico y encaje / lienzo. 150 x 120 cm. Colección Xavier Llamas.

Por último y sobre todos ellos, el estilo que caracteriza a Darío, la magia que hablaba de su obra al rememorar ángeles, santos, seres dolientes y teatrales pero no más allá de la realidad, de una realidad llamada México que vivimos cada día los que por esto mismo somos vistos con tanta admiración por pueblos como el europeo que quizá tenga más tradición pictórica, pero que han quedado mudos y se maravillan ante la obra de un joven que tanto tiene que "decir", que tanto tiene que expresar y que tanto ha bebido de la fresca fuente de la escuela mexicana de pintura, fuente que se creía extinta, pero que afortunadamente esta nueva generación del torna milenio, olvidada ya de abstraccionismos y demás "ismos" que nada tienen que ver con lo mexicano auténtico, reclaman para su arte como una voz que cabalmente ha expresado su valía como medio de expresión. Quien no comprenda esto que no se acerque a un cuadro de Darío, que se olvide de líneas clásicas, de formas "bonitas", de tonos escolásticos y de medidas estándares. Darío es ante todo un revolucionario y no le importa agradar; su mensaje va implícito en cada cuadro y quien lo quiera apreciar, ya sea que le guste o no, le tiene sin cuidado. A Darío le importa obtener un lugar en la plástica mexicana ¿a qué artista nacional no?, pero él no viaja en el elevador fácil de la comercialización. Tampoco es surrealista o neo-mexicanista. Lo suyo es la plastificación de su mundo mágico interno: sus varones desnudos ni siquiera cumplen con las expectativas del nudismo integral de motivar la libido, sus cuerpos son morenos, mexicanos, sólo muertos aclaran su tez y sin embargo se les siente vivos, reales dentro de su fantasía; están calvos totalmente porque para Darío en eso estriba la masculinidad, no en el tamaño de los genitales; sufren porque son mágicos y porque son religiosos; común es observarlos con las alas cortadas, con las heridas sangrantes y postrados; jamás el coloso que busca de imponerse y sin embargo su desnudez es la mejor arma contra a "las buenas conciencias" de siempre; son como los primeros mártires cristianos: bellos en su desnudez y por ella poderosos. Hay que resaltar también de sus retratos la honda psicología que obtiene con algunos cuantos elementos: las mujeres de su serie de las Vírgenes no necesitan incluso de las auras de algunos de sus santos para remitirnos a la idea de la diosa generatriz; sus retratos aluden al personaje por su ambiente más que por sus lujosos vestidos o escenografía, y para ello Darío se vale de sus fondos, algo que a él no le gusta que se mencione e  incluso hasta le molesta, pero pocos pintores logran tal ambientación con esas texturas, con esos colores, con tal parquedad de elementos que al decir de algunos neófitos en ocasiones se "comen" al cuadro. 
Concerti per flute. 2001. Óleo y acrílico / lienzo. 120 x 150 cm. Colección: Padre José herrera Alcala. Diócesis de San Cristobal de las Casas

Un ejemplo: Horacio Franco no necesitó de toda su nudística y provocativa  musculatura e incluso ni de su infalible flauta para expresar la magia de su música en el cuadro que le pintó Darío, pues con el puro fondo que lo aísla y lo sitúa a la vez en el centro de la obra basta y sobra para que el espectador "vea" flotar notas y partituras sobre el lienzo. No en balde dicho cuadro llamó poderosamente la atención a los asistentes de la pasada muestra  pictórica en la Semana Cultural Lésbica-Gay del Museo Universitario del Chopo en  junio del año 2001 en la Ciudad de México, donde Darío expuso por primera vez en un marco que ya estaba resultando incompleto sin su presencia. Finalmente para mi retrato ‹y se me perdonará la falsa modestia, 
El escritor. 1996.Óleo / lienzo. 100 x 80 cm. Colección privada, Frankfurt, Alemania

Darío ignoró olímpicamente mis sugerencias de como en su cuadro "El escritor", el utilizar ramas que naciendo de mi cabeza se regaran sobre el fondo con páginas escritas en lugar de flores. Para mi poema que inicia "Ese amor que tú me das...", esbozó las páginas sí y las ramas, pero las cubrió con el sutil dorado del fondo y prefirió finalmente escribir los versos distribuidos por acá y por allá, resaltando la fuerza de la creación a que todo poeta se enfrenta con la mirada profunda y la pluma de ave descuidadamente sostenida entre los dedos que finalmente dice mucho más que cualquier referencia directa al quehacer del retratado. 
Retrato de Jesús. 2001. Óleo y acrílico / lienzo. 100 x 80 cm. Colección Jesús Meza. 

Ahora me he acostumbrado a que quienes lo ven difieran del poco parecido físico que guarda conmigo, pero eso no me importa, prefiero la opinión más sabia y sensible de aquellos que en silencio admiran el cuadro, digieren el poema y ya después exclaman: "Sí, tú estás ahí en retrato y en obra" ¿Se puede pedir más a un pintor?


Lic. Jesús Meza
*Editor de Boys & Toys, Q-Eros y DesnuDarse

2000.

No hay comentarios:

Publicar un comentario