DARÍO MIJANGOS
25 AÑOS EN LA EXPRESIÓN PLÁSTICA
Veinticinco años, dos palabras que leídas, escritas o
escuchadas, no aportan gran contenido; pero en este caso especial nos
transmiten el transcurrir de la mitad de la vida de Darío, en el maravilloso
mundo de la expresión plástica.
Decidirse a transitar por este camino no es tarea fácil,
surgen dudas e incertidumbres, pero el deseo y la determinación de dedicar
nuestra vida a practicar lo que nos apasiona, supera cualquier reto.
Estoy segura que Darío experimentó y vivió esas dudas, pero
su amor a la expresión plástica pudo más, que dedicarse a una carrera más
lucrativa.
En el camino, desgraciadamente, nos damos cuenta que lo
“vendible”, no es lo que nos interesa crear y esa es una lucha cotidiana, de
manera que a veces tenemos que dedicar tiempo al comercio y tiempo a nuestra
propia producción, esa que revela nuestro mundo interior, nuestros anhelos,
vivencias y todo aquello que nos interesa plasmar y que surge de nuestro propio
ser.
Una cita del maestro Anguiano y que Darío comenta, viene
ahora a cuento y dice: uno pa´l fideo y
otro pa´l museo. De manera que muchos artistas se han encontrado en esta
disyuntiva de crear obra seria y obra para la venta.
En sus propias palabras Darío, se considera un hombre
exitoso, porque dedicar nuestra vida a hacer lo que se disfruta y llena cada
segundo de la existencia, es en definitiva éxito y buena fortuna.
En esta exposición Y se tornó azul, integrada por 14
óleos, Darío Mijangos, nos presenta una producción diferente a lo que venía realizando,
él le llama: mi época azul. Una paleta restringida con el reto principal de que
no resulte monótona, él logra matizar sus azules con apenas toques de otros
colores, teniendo como resultado contrariamente a la frialdad del azul, piezas
cálidas.
Su proceso de aprendizaje nunca se ha detenido, y como
artista inquieto siempre en búsqueda, incursiona al igual en el óleo que en el
dibujo, el grabado, libros de artista, escultura…
Probablemente su producción rebasa ya, las mil piezas, ¿Dónde
se encuentran? En diferentes colecciones en México, en el extranjero y muchas a
la venta.
Darío amigo, hermano, mi deseo ferviente es que la diosa
fortuna te corone con el laurel de muchos éxitos más.
Áurea
Aguilar.
Galería
Huitzilin.
Ciudad de
México, octubre de 2019.
LA CASA DE DARÍO
Conocer a Darío es llegar a un mundo que inspira y al mismo tiempo crea
interrogantes. Y es una manera de explicar esto; hablar de su casa.
La primera vez que visité su casa fue como entrar a un museo, entre
caótico, erótico y espiritual. Había tanto que mirar y que entender. Materiales
y obras, esculturas y libros, intimidad y deseos. Se intuía que había tanto, que
guardaba para sí; y al mismo tiempo, tanto que, demostraba sus pasiones
manifiestas en esos hombres pelones en la puerta de un mueble; con sus miradas
como de mártires; y de intenciones carnales, mártires demonios, ángeles
pacíficos, y listos también para una guerra de amor.
Su casa, que no tiene un espacio vacío, entre lo de uso cotidiano y los
tesoros personales. Una casa pequeña que se desborda en historias; las más
ocultas que poco a poco ha ido revelando; las historias familiares que se
cuentan, desde las fotos en las paredes; me mira su abuela y casi me dice
¡Cuidado! que Darío es todo corazón. Y también las historias misteriosas, los
focos que explotan, las cosas que se esconden, los aromas a flores que te
llegan como una ola, las siluetas que escapan furtivas y se meten por las
hendiduras esperando un momento más propicio para suspirar.
También esta casa es el escenario de sus penas; que sean más pocas cada
vez. Pero también es donde acuden sus amigos a degustar de sus platillos
“Bocato di cardinale” y a nutrir el alma; pues también Darío, nació para
consejero: de penas, de asuntos cotidianos, de consuelo en la enfermedad; que
motiva a luchar ante la adversidad; consejero sin pelos en la lengua, como debe
ser. Al fin, un consejero de vida, un consejero de amor.
Y es que, es una casa de artista (no lo dudé jamás). En este espacio se
contienen sus obras que empiezan desde un blanco que reta la imaginación.
Rectángulos enormes que yo veía como un gigante amenazante… ¡tanto que llenar!
Luego aprendí que no es llenar; es para Darío, parir la idea universo que ha
germinado en esa mente maravillosa. Es magia y tormento.
Lo he visto en este espacio íntimo de su casa. Feliz como un niño,
cuando tiene una nueva idea; reflexivo cuando los oleos y las formas, se tornan
rebeldes a su orden; enojado cuando los seres de su pintura se tornan perezosos
y no quieren dejarse tocar, y extasiado cuando Uma, Cósima, Libertad, Gilberto,
minotauros, faunos, mujeres y hombres finalmente se presentan y se quedan para
la eternidad. Hasta yo mismo aparecí de pronto por ahí. Una señal de la
generosidad y benevolencia de este artista apasionado.
Lo mejor, están también los relicarios; el Darío persona y los muchos
Daríos, que viven en sus autorretratos. El orgulloso Don Darío, el Darío que
abraza el elefante, el “Pipis”, el Darío en que se enredan corazones y alas, el
Darío dormido, el Darío pelón, el Darío que reza y te mira desde la profundidad
de un espíritu pacífico y loco al mismo tiempo.
La dualidad se manifiesta al fin. La casa de Darío es un instrumento y
hogar que tenemos privilegio de conocer; pero la casa real que se manifiesta en
la cotidiana; es el espíritu de Darío, donde habitan tantos Daríos; y se asoman
por la ventana de sus manos, sus ojos y su corazón.
Diego Flama