Sagrado Corazón de Darío. 1997. Óleo, acrílico y latón / lienzo. 150 x 100 cm. Colección: Ernesto Lozano
Una noche soñé que me cosían la boca. Yo sangraba
y las gotas de sangre se congelaban antes de caer, como la pintura cuando se
aplica con espátula y crea esa textura gruesa palpable. Había frío, no podía
cerrar los ojos y los oídos me zumbaban, era un timbre metálico, como de patrón
de pruebas de televisión. Yo era un
joven, casi niño, aún no había entreabierto ciertas puertas del pasillo de la
vida. Hoy, en plena madurez, me reconozco en tu cuadro, ese joven lánguido con
la boca cosida que llora lágrimas de sangre, cruza las manos sobre su sexo y
muestra el corazón pequeño, metálico, también ensangrentado, me remonta a uno
de los pasajes más amargos de mi adolescencia. Generalmente lo que soñamos se
torna tan o más real que lo que vivimos.
En ocasiones deambulamos con los ojos abiertos pero cerrados a las sensaciones...
A los pies de tu joven, a tus pies un xoloitzcuintli de mirada humana nos
escruta el rostro, dos manos, una de ellas, aferrando la pantorrilla derecha
del muchacho anunciando bloqueo y opresión, el fondo amarillento con
destellos como de sangre como telón de
fondo, o como una suerte de tapiz del sufrimiento. Todo transpira silencio (tu
muchacho calla pero más su interior grita) y los más aterrador, soledad.
El criterio medio naïf de tu pintura no rebaja la inquietud que
la misma provoca. Habita un espíritu de agónica contemporaneidad en el cuadro,
una frase escrita al pie de la obra sobre el filo que asoma de una pared o el
agrietado reborde de una azotea es reveladora, “todas las noches me arranco el
corazón, pero por la mañanas esta en su lugar”
Tu pintura es un reclamo de amor y deseo, Los hombres padecemos
una extraña fijación por el hallazgo, por la conquista de lo desconocido, por
la “novedad”, también una atracción irrefrenable para los asuntos de la carne,
por el retozar de los cuerpos, por la vibración nerviosa de las pieles al
contacto de otras pieles... Salimos a deambular las calles poseídas por el
virus de la ansiedad. Agotados de luchar contra el deseo, saltamos al abismo noche.
Acariciamos la secreta esperanza de encontrar un ángel doblando cualquier
esquina, sentado en un banco de un parque, parapetando bajo algún farol, o
descansando desnudo sobre la cama de azulejos de cualquier sauna, “dormido”,
indiferente al mundo orgiástico que explota a su alrededor.
El corazón palpita y luego, al contacto de cualquier mirada
igualmente ansiosa sobreviene la entrega y luego de la entrega, en la que nos
refugiamos en los brazos de la naturaleza como si fuera la primera vez,
angustiado ante la posibilidad de la pérdida, vírgenes (todo hombre que se
entrega a otro por primera vez es
virgen) la minúscula espada atraviesa nuestro pequeño corazón endurecido
y todo se desvanece. Entonces llegan los reproches, los ¿por qué?, los
miedos venéreos y la desilusión agria
nuestro espíritu, pero ya llegará la noche, sí la noche, y esta será la definitiva,
esta noche encontraré el amor.
Te pregunto, muchacho silencioso, ¿por qué el corazón? , Una
escritora famosa dice que un corazón es algo sucio, y que pertenece a las
tablas de anatomía y al mostrador del carnicero, que ella prefiere el cuerpo...
¿Por qué no te conformas solamente con
el cuerpo? ¿Por qué abres noche a noche la caja de candados de tu corazón y
obsequias tus secretos?, ¿por qué reclamas
en el otro la combinación de su caja fuerte para abrirla y hurgar en ella? ¿Acaso no es suficiente con
la posesión del cuerpo? No, no lo es, ¿no temes al escarnio, a las burlas, a la
subestimación, a la derrota?
Estoy ante la obra de un artista de elevada espiritualidad, de
parámetros que se abre, plural y sin
reservas, la posibilidad de encontrar el conocimiento a través del placer y del
disfrute pleno de los sentidos, aunque sea condenado a la soledad, le cosan la
boca y le dejen como única compañía a un xoloitzcuintli, que nos mira
tristemente. El cuadro, y lo reitero, traduce reclamo, necesidad,
contradicción, entre carne y espíritu, tormento, incomprensión e
intolerancia ante el “otro”, el diferente, represión, tortura, moral, caos.
Ahora me despido Darío.
Ya no sueño que me cosen la boca. Ahora mis sueños son más imprecisos. Ya
conozco el ansia y la perdida, ya se abrieron muchas puertas, ya sé... pero aun
albergo la secreta esperanza cada noche, aún me arranco el corazón y
asombrosamente, cuando despierto Darío, como el tuyo, está en su lugar.
Raúl Alfonso
México D. F. a 14 de diciembre
de 2001
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