jueves, 12 de marzo de 2015

El Muro de los lamentos

El muro de los lamentos. 2000. Óleo y acrílico / lienzo. 150 x 120 cm. 

Cuando se calla toda esa luz que se lleva por dentro, con el tiempo los rayos de esa luz se convierten en grandes mariposas de tristeza, y nace en tu corazón un muro inmenso de silencio, donde el espíritu no escucha lo que era ni oye nada de todo lo que te aman.

Cuando se calla toda esa luz que lleva uno por dentro, se hacen callosidades en al alma, y los sentidos, actúan como lapidas de huesos rotos.  Pero hoy, ¡henos aquí!, Cogiendo la luz con el mar de nuestros ojos, en una cantidad tremenda de agua que titirita y disgrega esa luz en movimientos, figuras, colores y texturas dejados en los trazos de este hombre; Darío Mijangos, y que es necesario decir en una manera estridente, que este hombre, no se calla toda la luz que lleva por dentro. Porque cuando observamos su pintura, la vemos de frente, nos alejamos buscando un ángulo diferente, inclinamos la cabeza, le miramos de un lado y por el otro, de arriba y de abajo y terminamos sin saber que no es a él a quien queremos ver, sino a nosotros mismos. Con su pintura nos hacemos externos, embaucados por ese simbolismo que Darío Mijangos implanta en sus obras con los  elementos distintivos de nuestra cultura, y que ante tantos caractemas existentes de ésta, podemos claramente denotar la fe, ritos, tradiciones preñadas de quimeras inmunes al continuo del tiempo, y que igualmente, delinean la identidad de su persona.  Mijangos mantiene su esencia en lo sencillo del concepto de su idea, nosotros somos quienes le aferramos una complejidad a lo sencillo en la historia escrita de sus cuadros. Mostramos todo lo que somos al traducir todos esos elementos simbólicos, que figuran en su obra, en lo que sentimos, haciendo analogías paridas de nuestra propia existencia.

Y es también verdad, los trazos que Darío implanta en sus pinturas evocan sensaciones ocultas, olvidadas, sentimientos postergados en un común que delinea al interior del hombre y hasta cierto punto, nos hacen notar en nosotros mismos ciertos trozos de vida acumulada.  Esto, desde mí confinada existencia.

El pincel de este hombre es consecuencia de un impulso incontrolado que le da la vida, es Mijangos  así mismo su propia evolución dictada en la madurez de sus figuras, es la búsqueda constante con el compromiso de su rojo corazón, decidido a una expresión de proporciones más exactas. Decidido a exponer su vida en la forma que predicen sus colores, texturas y en esa eternidad corregida a un solo movimiento del pincel en su mano. Él, coge elementos de la vida y los devuelve a la misma, en una poesía narrada con figuras derramadas en la necesidad inherente de su existencia y de la belleza propia del hombre, porque el no pinta para que le entiendan, sino por que la pintura es la aceptación de su vida.  Existen hombres que se han envenenado con la rimbombante palabra “artista”, y se consumen en un angustiado análisis por la razón propia en las formas del arte, estructuran y catalogar al hombre por sus expresiones, “sentimientos de artista”, sabiendo que lo sublime carece de sistema.

Y ante todo lo anterior, cuando interrogo a Darío en mi enclaustrada   necesidad por definir su arte, me dice: “pues mira, yo solo soy pintor, pero antes, hombre; el resto es mi vida”

Juan Manuel Dueñas


En un día de septiembre, 2000.

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