El muro de los lamentos. 2000. Óleo y acrílico / lienzo. 150 x 120 cm.
Cuando se
calla toda esa luz que se lleva por dentro, con el tiempo los rayos de esa luz
se convierten en grandes mariposas de tristeza, y nace en tu corazón un muro
inmenso de silencio, donde el espíritu no escucha lo que era ni oye nada de
todo lo que te aman.
Cuando se calla toda esa luz que lleva uno
por dentro, se hacen callosidades en al alma, y los sentidos, actúan como
lapidas de huesos rotos. Pero hoy,
¡henos aquí!, Cogiendo la luz con el mar de nuestros ojos, en una cantidad
tremenda de agua que titirita y disgrega esa luz en movimientos, figuras,
colores y texturas dejados en los trazos de este hombre; Darío Mijangos, y que es necesario decir en una manera estridente,
que este hombre, no se calla toda la luz que lleva por dentro. Porque cuando
observamos su pintura, la vemos de frente, nos alejamos buscando un ángulo
diferente, inclinamos la cabeza, le miramos de un lado y por el otro, de arriba
y de abajo y terminamos sin saber que no es a él a quien queremos ver, sino a nosotros
mismos. Con su pintura nos hacemos externos, embaucados por ese simbolismo que
Darío Mijangos implanta en sus obras con los
elementos distintivos de nuestra cultura, y que ante tantos caractemas
existentes de ésta, podemos claramente denotar la fe, ritos, tradiciones
preñadas de quimeras inmunes al continuo del tiempo, y que igualmente, delinean
la identidad de su persona. Mijangos mantiene su esencia en lo
sencillo del concepto de su idea, nosotros somos quienes le aferramos una
complejidad a lo sencillo en la historia escrita de sus cuadros. Mostramos todo
lo que somos al traducir todos esos elementos simbólicos, que figuran en su
obra, en lo que sentimos, haciendo analogías paridas de nuestra propia
existencia.
Y es también verdad, los trazos que Darío
implanta en sus pinturas evocan sensaciones ocultas, olvidadas, sentimientos
postergados en un común que delinea al interior del hombre y hasta cierto
punto, nos hacen notar en nosotros mismos ciertos trozos de vida acumulada. Esto, desde mí confinada existencia.
El pincel de este hombre es consecuencia de
un impulso incontrolado que le da la vida, es Mijangos así mismo su propia evolución dictada en la
madurez de sus figuras, es la búsqueda constante con el compromiso de su rojo
corazón, decidido a una expresión de proporciones más exactas. Decidido a
exponer su vida en la forma que predicen sus colores, texturas y en esa
eternidad corregida a un solo movimiento del pincel en su mano. Él, coge elementos de la vida y los devuelve
a la misma, en una poesía narrada con figuras derramadas en la necesidad
inherente de su existencia y de la belleza propia del hombre, porque el no
pinta para que le entiendan, sino por que la pintura es la aceptación de su
vida. Existen hombres que se han
envenenado con la rimbombante palabra “artista”, y se consumen en un angustiado
análisis por la razón propia en las formas del arte, estructuran y catalogar al
hombre por sus expresiones, “sentimientos de artista”, sabiendo que lo sublime
carece de sistema.
Y ante todo lo anterior, cuando interrogo a
Darío en mi enclaustrada necesidad por
definir su arte, me dice: “pues mira, yo solo soy pintor, pero antes, hombre;
el resto es mi vida”
Juan Manuel Dueñas
En
un día de septiembre, 2000.
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